Es casi una enfermedad. Un mal que me aqueja y que podría definirse como dispersión crónica. Así las cosas, enero, una vez sí y otra también, me sorprende con una inmensa lista de discos pendientes, obras del año finiquitado que esperan pacientemente turno de escucha. Para paliar de alguna forma esta dejadez, intentaré, en estos primeros meses del 2015 y en la medida de lo posible, traer hasta estas páginas algunos de los discos que más he disfrutado de los fechados en 2014. Diez en total. Diez artefactos que formarán parte de una serie de entradas que, en un alarde de originalidad, me ha dado por llamar 10 de 2014. O sea que, sin más preámbulo, vamos al lío.
Empezamos con el debut de Benjamin Booker, descarado joven, natural de Virginia, que ha firmado una obra contundente y fresca, a pesar de su evidente deuda con el pasado. Y es que si bien en sus canciones se encuentran trazas de esquemas pretéritos, esta aparente falta de originalidad no resta mérito al resultado, muy al contrario, el equilibrio perfecto entre la tradición del blues sureño y la urgencia pop y punk que destilan sus composiciones, dotan al conjunto de cierto aire de modernidad que le sienta de maravilla. En definitiva, mierda de la buena, de chispazo y calambre, de humo y terciopelo, tan auténtica como elegante.
“Violent Shiver” es el puñetazo inicial, apertura de músculo y garrote. Fuste en las guitarras, combativa base rítmica, la voz perfecta, ensuciándose sin remilgos, y coros de campanillas para una arranque descomunal. “Always Waiting” comienza tímida pero se desmelena en segundos, distorsiones saturadas y pantanosas y mayor claridad vocal para otra golosina rocanrolera. Siguen “Chippewa” y “Slow Coming”. La primera es continuista, mantiene el nervio. La segunda levanta el pie y permite recuperar resuello arrimándose al soul desde la delicadeza de sus guitarras y la cadencia vocal, acaricia hasta ese glorioso pellizco final. Y entonces llega “Wicked Waters” y lo pone todo patas arriba, energía desatada, teclados y guitarras en ebullición, blues eléctrico que convulsiona y sacude. “Have you seen my son?” es brutal, otra al saco de favoritas y van…
El álbum no da tregua, los trallazos se suceden sin que se atisbe posibilidad de derrumbe. «Happy Homes», «Old Hearts», «Kids Never Growing Older». Temas que no bajan el listón hasta llegar a ese final, “By The Evening”, que empapa la tradición de electricidad y donde se evidencian -como si no hubiese quedado claro a estas alturas- las enormes aptitudes vocales del virginiano, poseedor de una voz personal y maleable que contribuye sobremanera a que este puñado de canciones transcienda la época en la que ha sido gestado y se perciba como atemporal.
Después de disfrutar e indignarme a partes iguales con las numerosas listas de lo mejor del año que pueblan la red, no deja de sorprenderme la ausencia, en la mayoría de ellas, de este disco, a mi entender muy superior a muchas de las obras que copan los primeros lugares y que huelen a hype inflado por los medios de manera descarada. Nosotros, confiando en que el tiempo y el segundo disco nos den la razón, no perdemos de vista a este joven artista que se ha convertido, desde ya, en la nueva esperanza negra del rocanrol.